Claudio Iluminando

Buscaba una clara luz tu mano trémula,

apartar quería hechiceras sombras,

tachar con furia esa vil cláusula

que lastraba tu alma hacia la penumbra

 

Nada pudo el brillo áureo de tu pelo;

menos tu afilada cerúlea mirada

tantas veces cortante escalpelo,

ya de acero era tu noche cerrada

 

Trueno poderoso fue tu voz masculina,

para reyes, dioses o santos ungida,

desatada tu energía, devenía furia taurina

retumbe de tablas por tu tosca pisada

revolar de guedejas doradas, leoninas

que por ti la vida respiraba enamorada.

¿De atávicas oscuras fuerzas sibilinas,

cómo con tales talentos no escapaste?

 

¿Hoy me cuestiono cómo se fraguó tu ruina?

Si por Homero, Esquilo y otros guerreaste

¿Que engendro escribió con saña cretina

el último monólogo que interpretaste?

 

¿En qué foso cetrino caíste, hoy me pregunto?

Claudio mi rey, sin un mísero foco iluminando,

la sórdida cueva, que tu ansia holló, sediento,

abrió una torva senda que tu mismo ibas tallando.

 

Temo que son como alud nuestros vicios,

como tarántulas nos arrastran a su gruta,

como las babas untuosas de los batracios

que nuestra ingle lamen con su lengua de puta.

 

 

©Marvilla

Barcelona 2015

Crónica de Blancas Noches

La noche irremediable que se apagó

la luz de la última luciérnaga,

en la domesticada oscuridad

se abrió una finísima grieta lunar.

 

El día que en polvillo incoloro

se evanesció la mágica paleta

de las mariposas, en la selvas

hubo noches de olvido del color.

 

Aquel atardecer de sol tinto en sangre

fue el ocaso de la última flor fragante.

 

El último río se evaporó el mediodía,

que eructó, al único pez de todo el globo,

entre burbujas blancas de agonía y ahogo.

En ese mismo instante se acabó la poesía.

 

Minutos antes del alba, allá en Valizas

una docena de ballenas morían varadas

entre un mar almidonado y muy quieto

cual neta sábana, cual mortaja blanca.

 

Por el cielo, como lámina gris perlada

no se ven pájaros en grácil formación

ni estorninos con su danza descabalada.

En la faz de la tierra el baile desapareció.

 

La albura letal imparable se extiende

sobre la escuálida figura de un oso polar

en su nave de hielo boyando a su suerte,

hacia lejanías, rumbo a la nada total.

 

Esta medianoche no se oyen llantos

calla el hombre; hablan sus pecados

su lumbre muere bajo blanco manto.

 

Los que aún sobreviven en otra jornada

mortífera, más y más blanca, tan muda,

inermes y juzgados son reos de su culpa.

 

La tierra ya nos dictó su sentencia

por tanto egoísmo, tanto exterminio.

Con esta raza ya perdió la paciencia.

 

Indigna es, no merece habitar un santuario.

Ni el más puro mantra hará que nos indulte;

y le importa un bledo todo nuestro arte.

 

Lo que reste será como un epitafio,

huella de nuestra desperdiciada grandeza.

Inventos, ciencia, no evitaron la catástrofe;

poderes viles, con mala fe abonaron las guerras.

 

Nuestro egoísmo precipitó esta debacle,

no queda tiempo para lavar tanta ofensa.

Mortífero el albo día raya desafiante.

 

Hoy todo es armónico y níveo silencio,

promesa que abre de nuevo un prefacio,

augurios para la más bella hija de helio

girando y girando... en el espacio.

 

 

©Marvilla

Barcelona, 18 de marzo 2016